El Chaltén, situado a unos 100 km al norte de El Calafate, al pie de la cordillera de los Andes, es la entrada norte al parque nacional de Los Glaciares, el más grande de la Argentina en extensión y el segundo más visitado.
Viento patagónico nos esperaba. Por este motivo supimos diferenciar que hay dos tipos de personas que van a el Chaltén; las que acampan en él y las que no.
Pasamos dos noches en este paraíso, capital argentina del trekking. Antes de llegar pronosticaban lluvia para ambos días, así que al acercarnos íbamos parando para intentar sacar fotos al cerro Chaltén (o Fitz Roy) por las dudas nos lloviera o se nublara aún más y no pudiéramos ver el maravilloso paisaje.
Llegamos e hicimos un par de trekkings (hay trekkings de todas las dificultades y bien marcados) y después recorrimos un poco el pueblo. El viento nunca cesó y nos movió de un lado al otro, pero no éramos conscientes de su magnitud.
El astro rey lució todo día, y al caer parecía que por la noche el viento se adueñaría de todo. La primera noche dormimos en el auto de un buen amigo, y si bien el coche se movió bastante, uno cuando está dentro de éste todavía no se da cuenta de la fuerza con la que sopla.
Al día siguiente, nos levantamos y fuimos a pasear, conocimos a gente local que nos estuvo hablando mucho sobre El Chaltén y sus orígenes pero por sobretodo de la suerte que habíamos tenido de haber podido estar en ese fantástico lugar, aún chiquito y sin un turismo masivo (aunque por lo que nos dijeron no queda mucho para que cambie).
Dicen que dicen que a el Chaltén iban los viejos sabios tehuelches cuando consideraban que su ciclo de vida había concluido. Dejaban sus ropas a la orilla del lago Capri y en paz se adentraban en él para no salir. Cuentan que se trata de un punto energético al que llegaron monjes tibetanos y establecieron que allí se ubicaba el primer chakra del planeta, el que conecta al humano con la tierra. Se trata de un lugar envolvente repleto de mística, donde hay quien llega y no sabe salir. Apodado «Atrapalandia» por unos blogeros, muchos llegan a pasar unos días y pasados los años siguen allí.
Decidimos plantar la carpa (tienda de campaña) y al caer la noche, con toda clase de superstición encima, el Chaltén nos visitó. Un infierno se desató a nuestro alrededor, ráfagas de viento que fácilmente superaban los 130 km/h azotaban nuestro precario techo haciéndonos temer la pérdida del mismo. Al unísono los perros del pueblo comenzaban a ladrar y sécamente callaba la jauría. Los ruidos del viento sobre la carpa se confundían con las danzas de los espíritus sabios quienes a golpe de miedo tratan de darte una buena lección a quien esté predispuesto a ello. En más de una ocasión tuvimos que salir in extrenis a recolocar las estacas voladas en medio del vendaval. Periódicamente aparecían nuevos crujidos que sobrecogían nuestros corazones. Era cuestión de suerte amanecer. Cerramos bien fuerte los ojos y nos dejamos llevar por los sueños
rogando que a la mañana siguiente todo siguiera en pié. Por suerte así sucedió.
No sin dificultades desarmamos la carpa, bajamos hasta la ruta y levantamos el pulgar hacia una nueva aventura.
El Chaltén nos dio una lección de intensidad mística muy difícil de olvidar.

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Hermoso lo que redactas,, pero a mi me dá miedooo!!!! cuando van a lugares mas arropaditos ? please, no me hagan sufrir!!!!!
Jajajajaja todo llega, ya vamos a estar en playas sin viento también ?
y mi comentario donde va a parar???
Jajajajaja aquí están ?
Que hermosa descripción, chicos leerlos es la forma mas hermosa de viajar dentro de mi oficina, los felicito!!
Gracias Carla por tus lindas palabras, eso nos motiva para a seguir escribiendo cada vez más e intentar transmitir todo lo que vivimos!! Abrazo grande y gracias de nuevo!!
los quieroooooo!!!